Hablemos de Cine: Tiburón

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Hablemos de Cine: Tiburón - AlternativaTlx
Foto: Internet
Por Ernesto Ramírez
El verano de 2016, se cumplió exactamente un siglo que nadaba mar adentro, cerca de la Costa de Nueva Jersey, un tiburón joven de 2,7 metros de largo que brevemente desplazó a la Primera Guerra Mundial de los titulares de prensa en EE.UU. Entre el 1 y el 12 de julio de 1916, atacó a cinco personas en la costa este, matando a cuatro de ellas.
El protagonista de esta serie de ataques, sin precedentes, creó auténtico terror mientras se desplazaba más de 100 kilómetros a lo largo de las playas del Atlántico en plena temporada vacacional. Los alcaldes de la zona negaron lo que estaba sucediendo, temiendo perder los ingresos en los balnearios. Después de que una cuarta víctima apareciera ensangrentada con evidentes signos de violencia animal en la arena, el miedo hizo que cerraran y que los políticos pidieran la ayuda de los científicos.
En una ola de pánico, hombres enfurecidos tomaron rifles y tridentes, lanzándose a cazar al tiburón. Finalmente, el escualo murió al atacar el bote de un hombre que lo mató, convirtiéndose en héroe. A un experto del Museo de Historia Nacional de EE.UU. le costó identificar la especie del asesino, pero finalmente dio con el “devorador” de hombres: Carcharodon carcharias, el gran tiburón blanco. Otros científicos dicen que fue un tiburón toro. Ese es un misterio que nunca se resolverá.
 ¿Suena familiar?
Es la verdadera historia de “Jaws” (“Tiburón”), la mítica película de Steven Spielberg de 1975. En 1974, Peter Benchley trasladó la historia de los balnearios de Nueva Jersey a Amity, un lugar ficticio de Long Island, en su novela “Jaws”. El libro se mantuvo cerca del primer lugar en la lista de best-sellers de The New York Times durante 44 semanas.
Segundo largometraje de Steven Spielberg (Cincinnati, diciembre 1946), es su primer gran éxito. Significó una nueva forma de entender el cine, sobre todo como negocio, que entre los cinéfilos se conoce como la aparición de un fenómeno industrial que es ya muy común en nuestros días: el blockbuster.
Se basa en películas de gran presupuesto, rodadas con el objetivo de lograr excelentes resultados de taquilla. Tiburón’ fue el primer “blockbuster” cinematográfico de la historia. El prototipo de éxito cinematográfico veraniego. Fue, además, la primera película de la historia del cine que pasó la barrera de los 100 millones de dólares en recaudación. Le siguieron numerosas continuaciones así como varias imitaciones baratas, pero esta película es la máxima prueba de que la característica “comercial” del cine, digan lo que digan los puristas, no es necesariamente un defecto. El cine de entretenimiento puede ser tan digno, creativo y prestigioso, igual que lo es el cine de autor, el serio o el intelectual más o menos trascendente.
Se trata de una verdadera obra maestra. A mi juicio, la mejor obra del gran Steven Spielberg, consciente de la altura cinematográfica de otras maravillas de su autoría como E.T. el extraterrestre (1982), La Lista de Schlinder (1993), Salvad al soldado Ryan (1998) y otras un poco “menores” pero siempre dignas como Encuentros en la Tercera Fase (1977), Indiana Jones (1981), Amistad (1997), Inteligencia Artificial (2001) o Munich (2005), por citar algunas de una impresionante carrera que ya supera los 45 años de trayectoria.
El genio
A todo el que le guste el séptimo arte debería ver esta película, pues es una clase magistral. Una lección de cómo dosificar y deshilvanar una intriga, cómo dominar el ritmo y tempo de un metraje, y de, como comenté, unir el cine de calidad con el cine popular sin perjuicio de ninguna de las partes.
La cinta tiene dos episodios bien diferenciados en forma y contenido; en el primero, en el que no vemos claramente al depredador, domina el suspense con los múltiples ataques a la población costera de Amity, doblemente castigada por el escualo y la ineptitud de un alcalde avaricioso; y en el segundo, el terror y la aventura con la caza del susodicho animal ya revelado. Es difícil etiquetar una historia aparentemente sencilla porque se conjugan varios géneros: cine social, suspense, policíaco, thriller, aventuras, acción, drama y terror.
Como cualquier obra maestra, tiene varias lecturas. En sí, buena parte de la neurosis política de aquel momento está presente en este film. No hay que olvidar que el caso Watergate se había producido recientemente (en 1972; aunque Nixon dimite hasta el 1974); de ahí ese retrato feroz que tienen los políticos en esta historia, que es como si ilustrarán el fin de la decencia que sacudía a la sociedad norteamericana. Por esa razón, también está presente la psicología que sacudía a la sociedad norteamericana de ese momento: Perseguir al enemigo hasta darle muerte.
El film es más complejo y denso de lo que parece: contiene varios niveles de lectura e interpretación, que dan profundidad a la historia y a la película. Veladamente se refiere a las incertidumbres que, para algunos, se dan asociadas a las innovaciones y cambios culturales y sociales de los países avanzados, como la liberación sexual, la igualdad de la mujer, el retroceso de los valores tradicionales (disciplina, obediencia, sumisión…) y el auge de los valores de la nueva sociedad (innovación, creatividad, iniciativa, flexibilidad…), etc.
Una parábola de los conflictos en la sociedad estadounidense, de los terrores humanos primitivos, las debilidades del carácter, la sociedad capitalista que se pone a sí misma en peligro, la histeria de las masas, la culpa, el egoísmo, la mezquindad, los prejuicios, la corrupción, la expiación, la maldad que vive de la estupidez humana, el sacrificio del individuo por la sociedad, la contraposición entre los intereses personales y materiales con el sentido del deber, así como el trecho que separa la teoría de la práctica, la bisoñez de la ruda experiencia.
Habla de problemas antiguos tan arraigados como el individualismo, el egoísmo, la defensa del interés particular frente al general, las perspectivas limitadas e inmediatistas a la hora de juzgar los problemas colectivos, las situaciones de riesgo que crea la propia sociedad (crisis del petróleo de 1973-78), la escasa capacidad de decisión de los políticos ante problemas nuevos y comprometidos. Trata temas constantes del realizador: la relación padre/hijo, hombres ordinarios enfrentados a hechos extraordinarios, etc.  Fidel Castro dijo que “Tiburón” representaba una metáfora sobre el capitalismo depredador.
Los personajes
El jefe de policía de la pequeña isla de Amity, Brody (un contenido pero estupendo y entrañable Roy Scheider) mira al horizonte, al mar, como retando a ese gigantesco tiburón blanco. Desde que ha atacado a su hijo, su captura se ha convertido en algo personal. El jefe de policía es el perfecto dibujo del antihéroe. Le tiene miedo al mar, es un tipo decente pero todos le tratan como a un ingenuo.
Los otros dos personajes principales nos muestran su antagónico interés por los tiburones: uno los ama y el otro los odia, pero para los dos se trata de una auténtica obsesión. Al principio no se aguantan, pero pronto se dan cuenta que los polos a menudo están más cerca de lo que parece.
Lo curioso es que se acaba produciendo entre los tres una extraña relación de camaradería, fundamentada en la confianza mutua y las canciones de piratas a altas horas de la madrugada, como si de viejos amigos se tratara. Aquí radica el éxito de “Tiburón” con respecto al centenar de películas olvidables sobre animales monstruosos: sus personajes. Se aprecia el miedo en cada poro, ninguno se hace el valiente más allá de lo necesario. La supervivencia en estado puro.
Una de las cuestiones que más me impactó al leer datos sobre la película, fue saber que la historia del USS Indianápolis, es completamente real. El monólogo en el que Quint (Robert Shaw) relata lo sucedido en el submarino que llevaba la bomba atómica fue concebido por el dramaturgo Howard Sackler, desarrollado por John Milius, y reescrito por el propio Robert Shaw.
El discurso habla en términos de parábola de los conflictos, miedos y frustraciones de los EEUU, como el Vietnam, la amenaza nuclear, los héroes de guerra psicológicamente rotos, la presencia del mal organizado (la URSS, la Mafia, el tráfico de estupefacientes…), los sentimientos de culpa colectivos, etc. Es casi una película dentro de otra. Un relato escalofriante de terror verdadero.
Entonces no solo fueron las acertadas decisiones narrativas, sino que también, entre otras cosas, brilla un trío de ases actorales que le dan la necesaria enjundia dramática al asunto, puesto que aquí sí nos importa qué ocurrirá a los protagonistas a diferencia de la gran mayoría de films del género.
El protagonista animal devorador de personas se inició con este filme y ha continuado hasta nuestros días, regalándonos películas espantosas, sin parangón alguno y que en comparación con esta no quedan más que como una burda parodia en comparación. Se ajusta a la estructura de las antiguas películas de monstruos, que juegan con lo desconocido, lo misterioso y la presencia del mal.
Algunos comentaristas ven paralelismos entre “Tiburón” y “Moby Dick”             (John Huston, 1956), aunque la ballena representa a Dios y el tiburón encarna al diablo. En conjunto, el film aporta más angustia y terror que suspense. Contiene elementos de aventura que enfrentan a personajes ordinarios con situaciones extraordinarias que requieren cooperación, trabajo en equipo, la ayuda de la amistad y el apoyo del compañerismo.
Algunos críticos consideran que el film constituye una variación de “El diablo sobre ruedas” (Spielberg, 1971). En todo caso, es una variación con diferencias notables, mayor intensidad y momentos culminantes de terror.  El tiburón, ese “milagro de la naturaleza” tiene enorme atracción, gracias a una precisa construcción dramática. La escena en la que el jefe Brody observa un libro de tiburones, con personas atacadas en la realidad, es una pequeña muestra de cómo involucrarnos en la verosimilitud de la cuestión y de empatizar con el trauma progresivo del protagonista, con el trauma permanente del tiburonero y con la pasión traumática del científico y biólogo marino.
Asimismo, el compromiso con la búsqueda de la veracidad y la credibilidad de la película se manifiesta con la meritoria participación de miembros de la prestigiosa National Geographic Society y del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Stanford. Hooper, el personaje interpretado por Dreyfuss, muestra esa versión académica y romántica hacia el estudio apasionado y filantrópico de la existencia de un ser biológicamente perfecto, un milagro de la evolución, que busca despertar en nosotros una extraña fascinación, análoga a la que sentimos hacia los asesinos seriales, por crueles y despiadados que nos resulten.
Otra de las virtudes del film se basa en transmitir un profundo respeto por la naturaleza en general y la naturaleza marina en particular, y a la vez, comunicar una especie de llamado a ser conscientes de nuestra pequeñez ante ellas y no escudarnos en la soberbia habitual de pretendernos superiores o dominadores de la misma.
Un 71% de nuestro planeta es agua, y en realidad no conocemos nada de la inmensidad de los océanos… ¿Qué horrores pueden ocultar esas aguas inmensamente profundas? En cientos de libros hablan de animales mitológicos más grandes que barcos, que devoraban personas sin miramientos, ¿pero hay algo de cierto en eso? Lo que podemos decir que es cierto con total seguridad es que en el mar hay un rey, y ese es sin duda alguna el temido tiburón blanco. Capaces de llegar a medir hasta 7 metros y rondar las 2 toneladas de peso. Verdaderas máquinas de matar y el verdadero peligro animal en el mar.
La épica de un artista
El rodaje de esta película tiene más mérito si se conoce su propia intra-historia. La cinematografía de la década del 70 estuvo marcada entre otras corrientes y genialidades por lo que se denominó cine catástrofe: Poseidón (1972), o el Coloso en llamas (1974) fueron rotundas y exitosas, pero no lograban aportar la magia narrativa que mostraría “Tiburón”.
Un joven director llamado Steven Spielberg, que todavía no había cumplido 30 años, logró convencer a los productores para llevar a cabo el proyecto de Tiburón, una novela de Peter Benchley cuyo guión fascinó a un hombre que apenas había rodado un largometraje, la memorable “El diablo sobre ruedas” (Duel, 1971). La produjo un gran estudio (la Universal) que ponía todo ese desafío económico y técnico en manos de un director que más pronto que tarde se convertiría en el “niño prodigio” de Hollywood.
Los efectos especiales tienen tal grado de verismo, que siguen manteniendo el tipo 43 años después, sobre todo si tenemos en cuenta que son mecánicos, nada que ver con el trampantojo digital que actualmente tiene esta técnica. Era un cine hecho de luz, nada de bits, y que, literalmente, deslumbraba.
El film, con un presupuesto inicial de 2’5 millones de dólares, pronto comenzó a ser una pesadilla. Los 50 días previstos de rodaje se triplicaron, el presupuesto se disparó hasta los 12 millones de dólares y los productores pensaron que se habían equivocado de hombre.
Según cuenta el propio Spielberg, comenzaron a rodar sin tiburón por falta de presupuesto y con un guion sin terminar, supliendo estas carencias con mucha improvisación y diversos recursos cinematográficos. Esta curiosa anécdota demuestra cómo el ingenio y el talento puede hacer funcionar casi cualquier cosa en el cine. Y es que esa cámara paseándose por el agua entre las piernas de los bañistas es mucho más efectiva de lo que podría haber sido el más horrible de los tiburones.
Para rodar las escenas principales en las que intervenía el tiburón, se crearon tres máquinas llamadas Bruce -en dudoso honor al abogado del director-. Una de ellas se hundió a las primeras de cambio, y otra se perdió en el océano, así que tenían que acabar con la última como fuese. Pero todo estuvo a punto de hundirse en el agua salada.
La relación en plató entre Robert Shaw y Richard Dreyfuss fue muy tensa, Shaw era un tipo metódico y profesional, sin embargo Dreyfuss llegaba siempre tarde y muchas veces con alguna copa de más. O de pronto Shaw se emborrachaba de más y tenían que repetir varias veces las tomas, cuando dependían totalmente de la luz marítima. Los productores estuvieron a punto de cancelar todo el proyecto varias veces, pero Spielberg intuía que era su gran oportunidad y con su corta edad, combinó el arrojo y la determinación de un adulto con un talento artístico asombroso.
Demora 45 minutos en mostrar -explícitamente- al tiburón, 15 minutos más para mostrar su mandíbula completa y casi otros 30 para mostrarlo en cuerpo completo. Eso habla del gran manejo del tempo y la tensión que tiene el aclamado director. Esto lo aprendió de otro maestro: John Ford. Vean La Diligencia (1939) y entenderán el concepto. Los indios nos parecen explícitamente hasta la parte final pero están presentes implícitamente toda la película, lo que crea una atmósfera de suspense especial. Es lo que está latente, la sugerencia sugerente, mucho más poderosa que la presencia visible. Nos da más miedo lo que no vemos.
Es muy meritorio el realista planteamiento visual que roza lo semi-documental, gracias a que Spielberg insistió rodar en el mar, a pesar de las dificultades que aquello acarreaba.
Llama la atención el uso de una gran profundidad de campo, algo poco visto en el cine de Spielberg, y en el cine en general. Cuando la profundidad de campo es tan grande (muchas escenas en las que vemos con claridad a 3 o más intérpretes a distintas distancias) es como si se demandara mucho más la atención del espectador, se le incita a ser partícipe de la acción al poder escoger a qué sección de la pantalla prestar más su atención.
Las escenas en las que aparece un tiburón real fueron rodadas en Australia por Ron y Valerie Taylor, el documental se llamaba “Agua azul, muerte blanca” y algunas de sus escenas se usaron para la película.
La escena de Matt Hooper (Richard Dreyfuss) en la jaula, dentro del mar, cuando es atacado por el tiburón, se rodaron con tiburones blancos reales, pero la persona que está dentro es un enano, para conseguir que el tiburón parezca mucho mayor, pues en realidad eran de un tamaño inferior a los ocho metros que se refieren en la película (cuatro metros aproximadamente).
Mención aparte merece la banda sonora, del gran John Williams. Recoge ecos de Igor Stravinsky (“La consagración de la primavera”), Bernard Hermann (“Psicosis”, Hitchcock, 1960) y el húngaro Bela Bartok. Compone una partitura, de 12 cortes, con un tema central de terror (contrabajo), que se asocia al tiburón y anuncia su proximidad.
Aseguran en el making off que antes del montaje definitivo les pusieron la película sin música a los directivos de Universal y pensaron que iba a ser un fracaso total. Desde “Psicosis” nunca se había utilizado tan bien la música como elemento generador de tensión narrativa, y nunca se habían rodado de modo tan sobrecogedor las escenas acuáticas.
Desde la entrada, ya mítica, y hasta el apoteósico final, no hay una sola falla. Ni una sola laguna, un portento que crece en poesía visual, tensión y emotividad. Espeluznante e histórica.
Fue nominada al Oscar a mejor película, pero fue el año de Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), que obtuvo las cuatro categorías principales. Se tuvo que conformar con las estatuillas a mejor banda sonora, montaje y sonido. El genio tuvo que esperar casi 20 años a recibir el galardón por su Lista de Schlinder.
“Tiburón” debería ser, por ley, una película de obligado visionado. Por sí sola, debería ser una asignatura más en cualquier escuela de cine que se precie. De hecho, es lo más parecido a un manifiesto de maestría cinematográfica.
Es pura elegancia, puro estilo, puro suspense y, sobre todo…puro cine.
Yo me maaaarcho de aquí…linda dama españoooola