
Por: Rafael Alfaro Izarraraz
Ya hemos expuesto que la política de las empresas multinacionales dedicadas a la producción de semillas transgénicas lo que pretenden no es alimentar a los pueblos que padecen hambre, sino controlar la producción de alimentos en el mundo. Eso es lo que está detrás de las campañas contra el hambre del pasado organizadas por la ONU/FAO desde los años sesenta del siglo pasado. El problema del hambre no es por falta de alimentos sino porque están mal distribuidos. Las personas que están cegadas por la creencia de que existe hambre deben recorrer los centros comerciales para darse cuenta que el hambre es resultado de la injusta distribución de los alimentos.
Pero en un país como México, en donde las comunidades tehuacaneras domesticaron el maíz para beneficio de la dieta alimentaria mundial, que se les haya clasificado como pueblos en pobreza, en pobreza extrema y con hambre, resulta algo más que una medida técnica. Se quería relacionar a la comunidad indígena, inventora del maíz, como una relación que no tenía justificación porque a pesar de haber sido sus domesticadores vivían con hambre. Entonces, era necesario que llegara a sus vidas la producción de alimentos con semillas transgénicas que, por cierto, no pueden competir con semillas cultivadas por comunidades que tienen cientos de años de prueba y error en ambientes inhóspitos.
El maíz fue domesticado originalmente por los popolocas, habitantes del Valle de Tehuacán, particularmente en lo que ahora es el municipio de Coxcatlán, fue utilizado como un símbolo de poder por los mexicas como se puede apreciar en toda la cultura alimentaria y mitológica sobre la gramínea. Los popolocas no obstante su esfuerzo por la domesticación de la gramínea, únicamente recibieron tratos despóticos por parte de los grupos dominantes mesoamericanos que los consideraron unos “tontos” e incapaces de pensar. Todavía existe actualmente una disputa entre grupos de poder locales que han distanciado a los del municipio de Tehuacán con los de Coxcatlán por adjudicarse la domesticación del maíz.
En las faldas de la Sierra Negra poblana (SNP) (yendo del Valle de Tehuacán hacia la parte alta de la sierra), se encuentra una de las cuevas, la del “ajuereado”, como le llaman los habitantes del lugar, a un territorio de los más importantes de la historia de la agricultura mundial, cuya relevancia está vinculada a la domesticación del maíz, aunque no siempre apreciada. El área está en un olvido total. Ahí, en el municipio de Coxcatlán, en la década de los años sesenta, después de almorzar, cuenta Mac Neish (arqueólogo norteamericano, nacido en Nueva York, en 1918), un suceso de orden histórico fundamental para México y el mundo. Esto dijo sobre Pablo, uno de los campesinos contratados por él como ayudante de su equipo de trabajo:
“Pablo quien trabajaba en el estrato precerámico, extrajo una mazorquita de maíz no mayor a una pulgada de largo. Casi sin poderlo creer, me coloqué en el fondo de la excavación. Después de un corto periodo de trabajar con la cuchara y limpiar los desechos con una brocha, descubrí dos pequeños mazorcas de maíz. Sosteniéndolas en nuestras manos con una brocha, descubrí dos pequeñas mazorcas más. Sosteníamos los posibles ancestros del maíz domesticado moderno” (MacNeish, 1967: 12-13).